“…A la arquitectura se le ha asignado la tarea de reconciliar la técnica y el arte con el uso social de sus espacios, y la divisa firmitas, utilitas, venustas (solidez, utilidad, belleza) ha sido el resumen taquigráfico de ese propósito” (Fernández, 2008)
El proceso de conceptualización de la obra, en su estado primario, se nutre de información y analogías. Encontrar puntos claves desde el desarrollo de preguntas ayuda a esclarecer el proceso. Cuestionamientos como: ¿Cuál es la función que cumple el proyecto a desarrollar? ¿a qué actores permea y cómo? ¿Qué es? ¿Cómo transciende en el tiempo? ¿Qué significa para el autor y para la sociedad? Suelen ser muy utiles.
Traer analogías o distintas áreas de pensamiento, a la construcción del concepto, son una gran ayuda. Comunmente se pueden utilizar analogías referentes a la naturaleza; al estudio de formas orgánicas, vegetación o animales. También, se usan analogías con otros proyectos, que sirvan de referentes o de objetos comunes.
Para el desarrollo del concepto y su proceso se puede hacer uso de enfoques como los funcionales, los materiales o los contextuales del proyecto, que pueden ser explorados en su individualidad para reforzar nuestros planteamientos.
El concepto no es estático, puede evolucionar con el diseño. Lo debemos descomponer, bocetear, rayar y subrayar, estudiar sus precedentes y finalmente generar una solución de diseño que nos permita reflexionar sobre estos dos cuestionamientos ¿Cuáles son las limitaciones? ¿Cuáles son las oportunidades de la obra a desarrollar?
Fernández-Galiano, L., «La arquitectura del nuevo siglo. Una vuelta al mundo en diez etapas», en Fronteras del conocimiento, Madrid, BBVA, 2008.